Algunas personas tienen una historia. No momentos, sino una historia, pues una historia se compone de momentos, pero no todos los momentos conforman una historia. Personas cuyos iridiscentes ojos brillan como si fueran ventanas a la luz que hay en su interior seduciéndote de tal modo que su conversación te atrapa hasta el punto de monopolizar tus cinco sentidos. Personas que viven, que son. Que no sobreviven ni existen, que no tienen experiencias sino que las viven. ¿O acaso es lo mismo tener un amigo que vivir una amistad?
Y tu vida, ¿de qué va?
Muy poca gente sabe de qué va su vida. Desconocen qué título dar a su película. Si existe un denominador común en todo lo que hacen. Ni siquiera si lo que hacen, es constructivo o destructivo, si suma o resta a la hora de cumplir sus objetivos; su sueño. Incluso hay quienes carecen de un sueño, ilusión, propósito, causa, por qué o vocación. Muy poca gente se atreve a interpretar el papel que desea, a actuar en un primer plano, a crear su propio personaje convirtiéndose así en meros espectadores y permitiendo, al mismo tiempo, que sean otros quienes den forma a su película, a sus diálogos, a su vida.
Existe una clara diferencia entre existir y vivir. Para lo primero estamos programados, condicionados por la genética, lugar de nacimiento, costumbres… Pero para lo segundo, para vivir, hay que hacer un reseteo. Si deseamos vivir debemos asumir ciertas responsabilidades no incluidas en el juego de existir y una, quizás, la más importante y única, sea la creación de sentido.
Sumidos en nuestras rutinas, repetimos cada día las mismas acciones hasta convertirlas en automatismos que derivan en imposiciones laborales, familiares y sociales. Así rellenamos -que no llenamos- los días mientras un vacío persiste, dando lugar a una sensación de desazón e insuficiencia, de amarga frustración; un lastimero y agonizante “menuda mierda” que nos oprime el corazón.
Así es el conformismo. Lo conocemos, lo sentimos, lo sufrimos, pero no nos rebelamos. Aprendemos a convivir con él e incluso intentamos entablar una amistad; “mañana más”. Nos resignamos con elegancia procurando que la silla en la que estamos apoltronados nos resulté lo más cómoda posible, en lugar de ir a por el aderezo perfecto, útil o necesario.
Cuando contamos con un propósito, causa o sentido, la toma de decisiones y elecciones se realiza de forma instintiva y natural, desarrollándose las tramas que componen nuestra historia de forma fluida, sin quebraderos de cabeza repletos de miedos e inseguridades fruto de la confusión que provoca andar sin rumbo. Y es que así no se camina: se deambula. Sin destino, sin final, sin dirección.
La vida es como una película, ¿cuál es tu película? ¿Tienes una película? ¿O tu vida está repleta de momentos sin conexión?
Nuestra vida puede tornarse en mera existencia por un sinfín de interferencias, de instantes desconectados entre sí que destrozan nuestra verdadera historia. Por ende, establecer un sentido exige una importante responsabilidad: elegir, priorizar y desechar.
No hagas nada que no contribuya a tu historia, a tu argumento. Y si para ello tienes que apostar, arriésgate: si haz de dejar a tu pareja, déjala; si necesitas apartarte de algunos amigos, familiares o entornos, aléjate. Esto podrá ser, en algunos casos, desgarrador o liberador, pero lo que prima es que nada ni nadie escriba tu guión. Tampoco que eclipsen tu fantástica actuación, pues tú eres el protagonista, el actor principal, el director y el productor.
El sentido es lo que diferencia existencia y vida, momento o historia, trascendencia u olvido. Es lo que nos permite ser dueños de nuestras propias andanzas y avatares, descubrirnos como directores y, sobre todo, saber qué título dar a nuestra película.
La creación de una finalidad permite entender, comprender y conectar las vivencias personales, situándolas dentro del contexto de nuestra propia historia individual y no de una forma desligada e inconexa y, por tanto, carente de significado. Un golpe puede ser doloroso, cruel, humillante e incluso traumático, salvo que lo recibamos en un marco determinado, pues un puñetazo, por ejemplo, está implícito en cualquier ring de boxeo. Quien da un sentido a su vida sabe afrontar las vicisitudes que se le presentan, logrando encajar los tropiezos y caídas inherentes a su camino para seguir adelante.
Sólo creando un sentido seremos capaces de conectar nuestros momentos para convertir nuestra vida no en una suma de instantes, sino en una experiencia unificada, ya que si sabemos hacia dónde nos dirigimos, distinguiremos qué elementos, decorado, personajes y tramas suman, restan, sobran o faltan, para llegar a donde deseamos y darle el final que soñamos eliminando las tomas falsas, componiendo la melodía apropiada para la banda sonora, escogiendo el mejor formato y escribiendo y disfrutando un guión inolvidable para nosotros y todo aquel que participe.
Y ahora: ¿cuál es tu película?
Publicado en Diario de Avisos.
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