*Artículo publicado en Libre Diario Digital, para visualizarlo click aquí.
Es fácil juzgar desde el mullido sofá de ante, o desde la posición del que considera poseer la verdad absoluta, y la razón. Blanco o negro. No hay término medio. La actualidad se viste de radicalidad y se empolva la nariz de hipocresía. Examinamos lo ajeno desligándolo de lo propio y, aunque los últimos tiempos nos hayan arrojado un chaleco salvavidas demostrando que nadie está libre de “pecado”, ni de sombras, y que la porquería se guarda bajo la alfombra al pasar la escoba, nos empeñamos en alzarnos en la crítica, porque no hay nada que rasque más que la etiqueta de la camisa y es mejor señalar a otro que buscar la propia incomodidad, la propia incoherencia.
Miramos a otro lado hasta que la basura apesta o afea la costa. Hasta que las imágenes colapsan nuestros sentidos y el nudo en la garganta solo se deshace haciendo algo, o llorando. Eso en el mejor de los casos, pues la mayoría de las veces vivimos en otro mundo hasta que la realidad nos hace pisar suelo firme, nos toca y afecta de un modo personal, o económico, “y nadie pone a su hijo en un barco salvo que el agua sea más segura que la tierra”, y eso no lo digo yo, sino la poeta anglo-somalí Warsan Shire.
Los dramas se convierten en espectáculo, en altos índices de audiencia, en virales y en campañas de “yo sí te creo” hasta reducir al absurdo la estupidez humana, pues el animal abandonado de tu calle, el dolor de tu vecino o la miseria del que trabaja en el cubículo de al lado “te resbala”. Pero shhh, hay cosas de las que no se habla, temas tabú que es mejor sepultar en el olvido, historias incómodas que, sin embargo, están ahí y forman parte de nuestra memoria y a estas alturas no se sabe bien qué es más segura, el agua o la tierra, quién es más tirano, el dictador o “el progre”.
Prefiero sentir que pensar, a fin de cuentas, eso del pensamiento trae dolores de cabeza y falta de claridad. Hace luchar o defender aparentes causas de las que no tengo ni la más remota idea, solo creencias impuestas, inoculadas, mamadas…, y la propia creencia no es más válida que la ajena. Cuestión de límites también, y de respeto. Y aquí ya entramos en el juego de la culpa, el miedo y el terrorismo emocional al que nos vemos sometidos a diario, tal vez, porque lo practicamos a un nivel íntimo y no nos damos cuenta. Ignorancia pura y dura que se extrapola al mundo: una crisis de corazón; de alma.
La desesperación de otros es la propia desesperación, pero a pocos les importa, se puede cambiar de canal o chequear alguna red social.
Las casas no se construyen desde el tejado, no son una mera apariencia, ni un holograma. Y mientras la inmadura sociedad adulta juzga, sentencia y condena, habría que cuestionarse desde qué cimiento lo hace, pues la mayoría vierte en la problemática social y mundial sus propias necesidades, y carencias.
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Una respuesta a “Cuando el agua es más segura que la tierra”